Elizabeth PEredo Beltran. Ha llovido sin cesar en la Amazonía y los Valles bolivianos.
Las aguas anegaron nuestro territorio desde enero, lluvias consideradas las
peores en 40 años. Más de 60.000 familias, es decir, al menos 350.000 personas
han tenido que dejar sus casas y lo han perdido casi todo: sus pertenencias,
sus animales, sus cultivos, la cotidianidad de sus vidas. UNICEF ha informado
que 60.000 niños bolivianos han sido afectados. 900 colegios debieron suspender
sus actividades.
Los muertos y desaparecidos superaron el medio centenar y
aun no tenemos la dimensión de las repercusiones en la salud, la habitabilidad
y la capacidad de
las comunidades para reconstruir sus vidas ante la evidencia
de la destrucción que emerge con el descenso de las aguas. La situación de las comunidades
del
TIPNIS delata los factores que incrementan la
vulnerabilidad. Aunque las informaciones hablan de enormes pérdidas de cultivos
de yuca, arroz, papa, soya, hortalizas y en ganado -habiéndose reportado la
pérdida de más de 250.000 cabezas- aún está por verse la repercusión de las
inundaciones en la vida de estas poblaciones, en las economías regionales y en
la economía nacional.
Ante el drama planteado por el desastre, las autoridades y
la población civil de todo el país se volcaron a reunir alimentos, medicinas y
todo lo que fuera para
socorrer a las comunidades afectadas. Pero más allá de las
buenas voluntades que se han movilizado para reunir ayuda, las inundaciones en
la Amazonía y los Valles bolivianos estuvieron lejos de ser enfrentadas en la
dimensión en que se presentaron y están muy lejos de ser un evento accidental y
aislado que no vaya a repetirse.
Junto, y muy cerca, están las regiones donde la sequía está
golpeando duramente: la Chiquitanía, el Chaco cruceño y tarijeño han perdido
miles de hectáreas en cultivos, forzando ya a una migración que se dirige a las
ciudades. Sólo hace meses atrás el Ministerio de Defensa reportaba 247.000
hectáreas de tierra afectadas por la falta de lluvia, nevadas e incendios. La
pérdida de nuestros glaciares es un dolor al que nos estamos acostumbrando.
El cambio climático no es un tema de exclusividad de la
ciencia o de las negociaciones de NNUU, y mucho menos sólo una advertencia para
el futuro; está ya en nuestro tiempo y territorio, se presenta con violencia,
afecta la vida de las personas y está cobrando ya muchas víctimas.
Compartimos la pena con millones de personas en el planeta
que están sufriendo sus consecuencias: 6.200 muertos, más de 11 millones de
personas afectadas por el Huracán Haiyan en Filipinas hace pocos meses,
1.000.000 de personas sin energía en Estados Unidos tras las tormentas de nieve
provocadas por el vórtice polar en el último invierno, miles de personas
afectadas en el Reino Unido en lo que se consideran las peores inundaciones
después de 200 años. Miles de hectáreas de bosques arden cada año en Australia
por la alarmante sequía. Miles de afectados en Centroamérica, en Argentina,
Brasil, Uruguay y Paraguay. 25 millones de almas en la incertidumbre por la
carestía de agua debido a las sequías y olas de calor en California. Un mortal
deslave con más de 150 personas desaparecidas a causa de las intensas lluvias
en el Estado de Washington. Millones de seres humanos y ecosistemas en peligro
en varias partes del planeta... Noticias que nadie quiere escuchar, pero que
será inevitable enfrentarlas cada vez más cerca de nuestras vidas, aunque
aparezcan como fríos números en la prensa.
Necesitamos conectar los puntos para asumir que este es un
fenómeno que requiere superar las visiones de corto plazo y las retóricas sobre
la “Madre Tierra” sin aterrizaje concreto. El cambio climático es consecuencia
de la explotación inclemente de la naturaleza, el crecimiento económico sin
límites basado en combustibles fósiles y el sobre consumo, concebidas como
condiciones irremplazables para el “bienestar” humano. Esta noción obsoleta
está instalada social y culturalmente en nuestras vidas.
¿Cómo haremos para entender que las emisiones provenientes
del uso de combustibles fósiles, la ganadería a gran escala y la deforestación
en el Norte y en el Sur están acabando con la atmósfera?, ¿dónde están los
caminos efectivos para cuidar ese Bien Común secuestrado por la industria y la
adicción al crecimiento sin límites? ¿Hasta cuándo esperaremos que los países
que contaminaron más que otros históricamente, compensen por el daño y eviten
peores consecuencias? (Casi el 71.5% de las emisiones globales son de los
países desarrollados que reúnen al 17.3%
de la población mundial). ¿Cómo haremos para evitar que el llamado
“desarrollo” del Sur repita el mismo patrón de destrucción eficaz disfrazado de
promesas de progreso y felicidad?
Lamentablemente,y no sólo en Bolivia, el tema se ha
convertido en un fenómeno más político y de intereses económicos que un tema de
sobrevivencia de la civilización.
El 5to informe del IPCC, establece de manera inequívoca que
el cambio climático es provocado por la acción humana, está causando patrones
de caos climático y advierte sobre riesgos enormes relacionados con el acceso
al agua, la alimentación y la habitabilidad. Algunos científicos y activistas
han sido muy críticos con este informe por considerarlo, a pesar de todo,
conservador en reflejar la gravedaddel asunto. Señalan que los cambios se están
dando más rápido que los escenarios que provee el IPCC; que el deshielo del
Ártico –y su consecuente liberación de metano- es una de las mayores amenazas
globales subestimada por las presiones del lobby petrolero y los países ricos
en las negociaciones. Otras voces cuestionan las posibilidades que ha abierto
el informe a falsas soluciones como la geo ingeniería, en lugar de insistir con
mayor fuerza en la restricción del uso de combustibles fósiles.
El negacionismo
En este contexto de emergencia global ha surgido
sorprendentemente, una corriente ideológico/política llamada los
“negacionistas”, que afirman que estos fenómenos no corresponden a la
saturación de la atmósfera por acción humana, sino a simples “ciclos naturales”
del clima en el planeta. Estos, como si nos hicieran falta, se han dedicado a
combatir los informes de la ciencia. El llamado negacionista es una fuerte
corriente mundial que acompaña el ritmo del desarrollo y las inversiones y
acusa al ecologismo de crear una incertidumbre innecesaria. Su posicionamiento
está íntimamente vinculado al lobby corporativo del petróleo y los grandes
capitales para continuar con la exploración y explotación de combustibles
fósiles y su alianza con esta industria es indestructible.
Bill McKibben, activista fundador de 350.org ha denunciado
que de usarse todas las reservas de petróleo registradas en las bolsas del
mercado, se consumirían cinco veces el presupuesto de carbono que queda. ¡Una
calamidad! Mientras tanto, los negacionistas representados en los Republicanos
de EEUU, han hecho un impresionante lobby para lograr que ese país ya ni
siquiera aporte al IPCC ni al ECOSOC y han promovido una “persecución” a los
científicos de su país que afirman que el cambio climático antropogénico es una
realidad. James Hansen, uno de los científicos de la NASA, es uno de sus
blancos favoritos.
El negacionismo, si bien tiene expresiones políticas muy
concretas y definidas como las descritas, ocupa -como actitud- un espacio significativo
en la sociedad porque la gente encuentra muy difícil cambiar su vida para
evitar el desastre global y prefiere cerrar los ojos a lo que se viene. Desde la psicología social esto se llama
“disonancia cognoscitiva”; Clive Hamilton, Profesor de Ética Pública en el
Centro de Filosofía y Ética de Australia concluye que el negacionismo es
expresión del fracaso de la humanidad para enfrentar la crisis global.
Otra forma de “negacionismo” –aunque no guste mucho lo que
diga - es aquel que, desde los gobiernos y otros estratos del poder de decisión
y poder político, niega la emergencia para actuar a pesar de la información con
la que se cuenta y, por tanto, niegan la urgencia de cambiar el modelo de
desarrollo, de matriz energética y de gestión para responder a la crisis de los
cambios globales. La información provista por la ciencia es alarmante y está a
disposición de los gobiernos de primera mano.
Recordemos al negociador filipino para cambio climático que
conmovió al mundo durante las negociaciones del clima en Polonia en 2013
demandando un “freno a esta locura”, luego de que el huracán Haiyan devastara
parte de su país. Aunque los negociadores acompañaron estas palabras con
minutos de silencio y expresiones de solidaridad, las negociaciones continuaron
“as usual”(como si nada pasara), los negocios continuaron “as usual”, y la
producción y consumo de combustibles fósiles en el mundo continuaron “as
usual”. Al parecer, los acuerdos de la Convención caen en una paradoja pues el
sistema capitalista y corporativo es más fuerte y vinculante. Los negociadores
parecieran decir al unísono: “podemos
responder por lo que logramos en las negociaciones, pero no sobre la política
en nuestro país”; es decir que las decisiones mayores, aquellas que están
vinculadas al sistema económico, a las matrices energéticas, a la producción
capitalista que inyectan permanente motor a la depredación, son asumidas por
los gobiernos en el territorio y en lo local.
Bolivia y el desafío del cambio climático
Las últimas inundaciones en Bolivia nos han acercado a
algunas preguntas a la luz de estas controversias que en todo el mundo se están
dando con mayor o menor intensidad. Los impactos de la crisis climática están
llevando a polarizaciones, crisis, demandas, diferentes respuestas,
posicionamientos y propuestas que trascienden el ámbito de las negociaciones
del clima.
En Bolivia también se han dado controversias; las
motivaciones han sido más vinculadas a tensiones de índole política y regional.
Mientras la gente de los pueblos de la Amazonía se preguntaba: ¨¿qué vamos a
hacer ahora?, ¿con qué vamos a sostener a nuestras familias?, ¿somos menos
importantes que las vacas?”. Las tensiones desatadas a raíz de las inundaciones
muestran lo lejos que nos encontramos de reaccionar a la escala necesaria.
Tomando distancia de lo que diga el gobierno, lo que demanden los cívicos, lo
que callan los brasileros (por la posible influencia de las mega represas) o lo
que declaren los políticos, lo que verdaderamente interesa es asumir el desafío
de construir una sociedad resiliente a los cambios globales.
Hay algunas lecciones que me atrevo a recoger a partir del
drama vivido por las inundaciones recientes en nuestro país:
- No necesitamos héroes, ni peleas políticas de coyuntura. Al contrario, se requiere de una visión de largo plazo que considere el cambio climático y los cambios globales como condiciones críticas y los incorpore como factores de carácter transversal al conjunto de la administración y gestión pública, donde el cuidado de la Naturaleza y de los Derechos Humanos de la población –sobre todo de los más pobres- deben ser una prioridad.
- La resilencia debe
ser considerada en su multidimensionalidad, desde lo que significa encarar el
desafío de la energía sostenible y recuperar la armonía, hasta desarrollar
capacidades técnicas, en agricultura, gestión de agua, asentamientos humanos,
etc., pero también en asegurar un tejido social sano, fortaleciendo la
solidaridad, el respeto y reconocimiento mutuo. Resilencia implica también
desarrollar una mirada más compleja que redefina el “desarrollo” en tiempos de
cambios globales.
- El cuidado y
restauración de la Naturaleza debe convertirse en una obsesión para todos –en
particular para los gobiernos- aprendiendo de la riqueza de la gente
ampliamente demostrada en los días de lluvia, de expresar solidaridad y
movilizarse. Aprendiendo de la propia Naturaleza y su diversidad, de los conocimientos
locales de cada pueblo, de los avances positivos de la humanidad.
Debemos neutralizar el “negacionismo” como actitud
colectiva; no es una condición inalterable. Personalmente creo que esta actitud
puede también entenderse como la imposibilidad de la gente para cambiar hábitos
de depredación, porque sencillamente los canales para actuar de manera
proactiva y restauradora están bloqueados por los sistemas de poder político,
de energía y de mercado que nos rodean.
A pesar de ello está creciendo una conciencia global que
quiere empezar a actuar; se trata pues de allanar los caminos para hacerlo y
construir comunidades resilientes no solamente en tecnologías y sistemas, sino
también en sus tejidos más íntimos –la solidaridad, el amor, la compasión-
fortaleciendo la posibilidad de una interacción sana, alimentando el deseo de
restaurar la Naturaleza, cultivando la empatía y los sentimientos por otros.
Marzo, 2014
Fuente: www.funsolon.org
Bolivia y el cambio climático: un desafío más allá de la política
Fecha de Articulo:
Mar 28 2014
Ha
llovido sin cesar en la Amazonía y los Valles bolivianos. Las aguas
anegaron nuestro territorio desde enero, lluvias consideradas las peores
en 40 años. Más de 60.000 familias, es decir, al menos 350.000 personas
han tenido que dejar sus casas y lo han perdido casi todo: sus
pertenencias, sus animales, sus cultivos, la cotidianidad de sus vidas.
UNICEF ha informado que 60.000 niños bolivianos han sido afectados. 900
colegios debieron suspender sus actividades.
Los
muertos y desaparecidos superaron el medio centenar y aun no tenemos la
dimensión de las repercusiones en la salud, la habitabilidad y la
capacidad de
las
comunidades para reconstruir sus vidas ante la evidencia de la
destrucción que emerge con el descenso de las aguas. La situación de las
comunidades del
TIPNIS
delata los factores que incrementan la vulnerabilidad. Aunque las
informaciones hablan de enormes pérdidas de cultivos de yuca, arroz,
papa, soya, hortalizas y en ganado -habiéndose reportado la pérdida de
más de 250.000 cabezas- aún está por verse la repercusión de las
inundaciones en la vida de estas poblaciones, en las economías
regionales y en la economía nacional.
Ante
el drama planteado por el desastre, las autoridades y la población
civil de todo el país se volcaron a reunir alimentos, medicinas y todo
lo que fuera para
socorrer
a las comunidades afectadas. Pero más allá de las buenas voluntades que
se han movilizado para reunir ayuda, las inundaciones en la Amazonía y
los Valles bolivianos estuvieron lejos de ser enfrentadas en la
dimensión en que se presentaron y están muy lejos de ser un evento
accidental y aislado que no vaya a repetirse.
Junto,
y muy cerca, están las regiones donde la sequía está golpeando
duramente: la Chiquitanía, el Chaco cruceño y tarijeño han perdido miles
de hectáreas en cultivos, forzando ya a una migración que se dirige a
las ciudades. Sólo hace meses atrás el Ministerio de Defensa reportaba
247.000 hectáreas de tierra afectadas por la falta de lluvia, nevadas e
incendios. La pérdida de nuestros glaciares es un dolor al que nos
estamos acostumbrando.
El
cambio climático no es un tema de exclusividad de la ciencia o de las
negociaciones de NNUU, y mucho menos sólo una advertencia para el
futuro; está ya en nuestro tiempo y territorio, se presenta con
violencia, afecta la vida de las personas y está cobrando ya muchas
víctimas.
Compartimos
la pena con millones de personas en el planeta que están sufriendo sus
consecuencias: 6.200 muertos, más de 11 millones de personas afectadas
por el Huracán Haiyan en Filipinas hace pocos meses, 1.000.000 de
personas sin energía en Estados Unidos tras las tormentas de nieve
provocadas por el vórtice polar en el último invierno, miles de personas
afectadas en el Reino Unido en lo que se consideran las peores
inundaciones después de 200 años. Miles de hectáreas de bosques arden
cada año en Australia por la alarmante sequía. Miles de afectados en
Centroamérica, en Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. 25 millones de
almas en la incertidumbre por la carestía de agua debido a las sequías y
olas de calor en California. Un mortal deslave con más de 150 personas
desaparecidas a causa de las intensas lluvias en el Estado de
Washington. Millones de seres humanos y ecosistemas en peligro en varias
partes del planeta... Noticias que nadie quiere escuchar, pero que será
inevitable enfrentarlas cada vez más cerca de nuestras vidas, aunque
aparezcan como fríos números en la prensa.
Necesitamos
conectar los puntos para asumir que este es un fenómeno que requiere
superar las visiones de corto plazo y las retóricas sobre la “Madre
Tierra” sin aterrizaje concreto. El cambio climático es consecuencia de
la explotación inclemente de la naturaleza, el crecimiento económico sin
límites basado en combustibles fósiles y el sobre consumo, concebidas
como condiciones irremplazables para el “bienestar” humano. Esta noción
obsoleta está instalada
social y culturalmente en nuestras vidas.
¿Cómo
haremos para entender que las emisiones provenientes del uso de
combustibles fósiles, la ganadería a gran escala y la deforestación en
el Norte y en el Sur están acabando con la atmósfera?, ¿dónde están los
caminos efectivos para cuidar ese Bien Común secuestrado por la
industria y la adicción al crecimiento sin límites? ¿Hasta cuándo
esperaremos que los países que contaminaron más que otros
históricamente, compensen por el daño y eviten peores consecuencias?
(Casi el 71.5% de las emisiones globales son de los países desarrollados
que reúnen al 17.3% de la población mundial). ¿Cómo haremos para
evitar que el llamado “desarrollo” del Sur repita el mismo patrón de
destrucción eficaz disfrazado de promesas de progreso y felicidad?
Lamentablemente,y
no sólo en Bolivia, el tema se ha convertido en un fenómeno más
político y de intereses económicos que un tema de sobrevivencia de la
civilización.
El
5to informe del IPCC, establece de manera inequívoca que el cambio
climático es provocado por la acción humana, está causando patrones de
caos climático y advierte sobre riesgos enormes relacionados con el
acceso al agua, la alimentación y la habitabilidad. Algunos científicos y
activistas han sido muy críticos con este informe por considerarlo, a
pesar de todo, conservador en reflejar la gravedaddel asunto. Señalan
que los cambios se están dando más rápido que los escenarios que provee
el IPCC; que el deshielo del Ártico –y su consecuente liberación de
metano- es una de las mayores amenazas globales subestimada por las
presiones del lobby petrolero y los países ricos en las negociaciones.
Otras voces cuestionan las posibilidades que ha abierto el informe a
falsas soluciones como la geo ingeniería, en lugar de insistir con mayor fuerza en la restricción del uso de combustibles fósiles.
El negacionismo
En este contexto de emergencia global ha surgido sorprendentemente, una corriente ideológico/política llamada los “negacionistas”, que
afirman que estos fenómenos no corresponden a la saturación de la
atmósfera por acción humana, sino a simples “ciclos naturales” del clima
en el planeta. Estos, como si nos hicieran falta, se han dedicado a
combatir los informes de la ciencia. El llamado negacionista es
una fuerte corriente mundial que acompaña el ritmo del desarrollo y las
inversiones y acusa al ecologismo de crear una incertidumbre
innecesaria. Su posicionamiento está íntimamente vinculado al lobby
corporativo del petróleo y los grandes capitales para continuar con la
exploración y explotación de combustibles fósiles y su alianza con esta
industria es indestructible.
Bill McKibben, activista fundador de 350.org ha
denunciado que de usarse todas las reservas de petróleo registradas en
las bolsas del mercado, se consumirían cinco veces el presupuesto de
carbono que queda. ¡Una calamidad! Mientras tanto, los negacionistas
representados en los Republicanos de EEUU, han hecho un impresionante lobby para
lograr que ese país ya ni siquiera aporte al IPCC ni al ECOSOC y han
promovido una “persecución” a los científicos de su país que afirman que
el cambio climático antropogénico es una realidad. James Hansen, uno de
los científicos de la NASA, es uno de sus blancos favoritos.
El negacionismo,
si bien tiene expresiones políticas muy concretas y definidas como las
descritas, ocupa -como actitud- un espacio significativo en la sociedad
porque la gente encuentra muy difícil cambiar su vida para evitar el
desastre global y prefiere cerrar los ojos a lo que se viene. Desde la
psicología social esto se llama “disonancia cognoscitiva”; Clive
Hamilton, Profesor de Ética Pública en el Centro de Filosofía y Ética de
Australia concluye que el negacionismo es expresión del fracaso de la humanidad para enfrentar la crisis global.
Otra
forma de “negacionismo” –aunque no guste mucho lo que diga - es aquel
que, desde los gobiernos y otros estratos del poder de decisión y poder
político, niega la emergencia para actuar a pesar de la información con
la que se cuenta y, por tanto, niegan la urgencia de cambiar el modelo
de desarrollo, de matriz energética y de gestión para responder a la
crisis de los cambios globales. La información provista por la ciencia
es alarmante y está a disposición de los gobiernos de primera mano.
Recordemos
al negociador filipino para cambio climático que conmovió al mundo
durante las negociaciones del clima en Polonia en 2013 demandando un “freno a esta locura”,
luego de que el huracán Haiyan devastara parte de su país. Aunque los
negociadores acompañaron estas palabras con minutos de silencio y
expresiones de solidaridad, las negociaciones continuaron “as usual”(como
si nada pasara), los negocios continuaron “as usual”, y la producción y
consumo de combustibles fósiles en el mundo continuaron “as usual”. Al
parecer, los acuerdos de la Convención caen en una paradoja pues el
sistema capitalista y corporativo es más fuerte y vinculante. Los
negociadores parecieran decir al unísono: “podemos responder por lo que
logramos en las negociaciones, pero no sobre la política en nuestro
país”; es decir que las decisiones mayores, aquellas que están
vinculadas al sistema económico, a las matrices energéticas, a la
producción capitalista que inyectan permanente motor a la depredación,
son asumidas por los gobiernos en el territorio y en lo local.
Bolivia y el desafío del cambio climático
Las
últimas inundaciones en Bolivia nos han acercado a algunas preguntas a
la luz de estas controversias que en todo el mundo se están dando con
mayor o menor intensidad. Los impactos de la crisis climática están
llevando a polarizaciones, crisis, demandas, diferentes respuestas,
posicionamientos y propuestas que trascienden el ámbito de las
negociaciones del clima.
En
Bolivia también se han dado controversias; las motivaciones han sido
más vinculadas a tensiones de índole política y regional. Mientras la
gente de los pueblos de la Amazonía se preguntaba: ¨¿qué vamos a hacer
ahora?, ¿con qué vamos a sostener a nuestras familias?, ¿somos menos
importantes que las vacas?”. Las tensiones desatadas a raíz de las
inundaciones muestran lo lejos que nos encontramos de reaccionar a la
escala necesaria. Tomando distancia de lo que diga el gobierno, lo que
demanden los cívicos, lo que callan los brasileros (por la posible
influencia de las mega represas) o lo que declaren los políticos, lo que
verdaderamente interesa es asumir el desafío de construir una sociedad
resiliente a los cambios globales.
Hay algunas lecciones que me atrevo a recoger a partir del drama vivido por las inundaciones recientes en nuestro país:
-
No necesitamos héroes, ni peleas políticas de coyuntura. Al contrario,
se requiere de una visión de largo plazo que considere el cambio
climático y los cambios globales como condiciones críticas y los
incorpore como factores de carácter transversal al conjunto de la
administración y gestión pública, donde el cuidado de la Naturaleza y de
los Derechos Humanos de la población –sobre todo de los más pobres-
deben ser una prioridad.
-
Si bien las negociaciones de la Convención Marco de Cambio Climático
de las NNUU son hoy el único el escenario multilateral para obtener
compromisos a nivel global (aunque esté próximo al colapso por su
ineficiencia), hoy la prioridad del ámbito local es más importante que
nunca. Es allí donde se puede ver si hacemos progresos o no en detener
esta catástrofe y cambiar el mundo paracuidarlo y regenerar el tejido
vivo que aún existe.
-
La resilencia debe ser considerada en su multidimensionalidad, desde
lo que significa encarar el desafío de la energía sostenible y recuperar
la armonía, hasta desarrollar capacidades técnicas, en agricultura,
gestión de agua, asentamientos humanos, etc., pero también en asegurar
un tejido social sano, fortaleciendo la solidaridad, el respeto y
reconocimiento mutuo. Resilencia implica también desarrollar una mirada
más compleja que redefina el “desarrollo” en tiempos de cambios
globales.
-
El cuidado y restauración de la Naturaleza debe convertirse en una
obsesión para todos –en particular para los gobiernos- aprendiendo de la
riqueza de la gente ampliamente demostrada en los días de lluvia, de
expresar solidaridad y movilizarse. Aprendiendo de la propia Naturaleza y
su diversidad, de los conocimientos locales de cada pueblo, de los
avances positivos de la humanidad.
Debemos
neutralizar el “negacionismo” como actitud colectiva; no es una
condición inalterable. Personalmente creo que esta actitud puede también
entenderse como la imposibilidad de la gente para cambiar hábitos de
depredación, porque sencillamente los canales para actuar de manera
proactiva y restauradora están bloqueados por los sistemas de poder
político, de energía y de mercado que nos
rodean.
A
pesar de ello está creciendo una conciencia global que quiere empezar a
actuar; se trata pues de allanar los caminos para hacerlo y construir
comunidades resilientes no solamente en tecnologías y sistemas, sino
también en sus tejidos más íntimos –la solidaridad, el amor, la
compasión- fortaleciendo la posibilidad de una interacción sana,
alimentando el deseo de restaurar la Naturaleza, cultivando la empatía y
los sentimientos por otros.
La
crisis del cambio climático demanda de un esfuerzo de restauración que
requiere de disciplina, rebeldía y creatividad ante una verdadera
emergencia global de sustanciales implicaciones para la vida y la
civilización, una emergencia en la que cualquier cálculo político -venga
de donde venga- es, simplemente… inadmisible.
Marzo, 2014