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miércoles, 27 de octubre de 2010

Agua y territorio.

Que ni las aguas ni nuestros espíritus se estanquen.
A propósito del Octubre Azul.


Por: Hildebrado Vélez G.
Octubre 22 de 2010

Cuando las aguas que fluían se estancan los mohanes, los espíritus de las aguas, se entristecen, quienes las esperan abajo se quedan sin ellas, los que las despidieron arriba no las ven partir. Los ciclos de las aguas están siendo brutalmente alterados y las aguas cuyo devenir es fluir están brutalmente contenidas. Los costos ambientales, materiales y energéticos que conllevan las acciones para detener las aguas que fluían, para alterar los ciclos hidrológicos son enormes y traen consecuencias fatales en los territorios: represas absurdas que desplazan las gentes, que pudren los suelos, que inundan las historias; aguas embotelladas que enseñan el desprecio por las aguas naturales; aguas inundando las ciudades por haberse destruido sus cursos ancestrales; aguas ocupando los espacios que los campesinos preparan con dedicación e ilusiones destruyen sus sueños; ecosistemas de gran importancia hidrológica atravesados y heridos por obras de infraestructura que no atienden las dinámicas de la naturaleza; explotaciones mineras aberrantes que destruyen todas las aguas que tocan, volviendo miseria los territorios y las sociedades donde se instalan; intervenciones sobre las aguas todas que son hijas de la fragilidad irracional de la economía y de las inicuas relaciones socio-ambientales del sistema-mundo capitalista.

Las emisiones desbordadas de gases de efecto invernadero han ocupado infamemente la atmosfera a la par que el capital, los capitalistas y las sociedades del beneficiadas del Norte-Global del planeta se hunden en el consumismo y el hartazgo, han traído la alteración de todas las aguas y incluidas las aguas árticas y antárticas amenazando con trasformaciones catastróficas de los ciclos y las dinámicas de las aguas de los maes y los cielos. No se ha entendido que somos agua, que somos fluir, que somos universo, que la humanidad y los seres con los que compartimos nuestra existencia en el planeta nos debemos a lo que bebemos y comemos y que si las aguas se enferman, la vida toda se enferma.

Las aguas se están estancando y es porque los humanos estamos estancados en una racionalidad absurda y destructiva. Cuando las aguas fluyentes se estancan los contenidos orgánicos que arrastran se pudren, los contenidos minerales se sedimentan y se forman fondos inhóspitos, todos los seres que esperaban que ellas trajeran los alimentos padecerán de hambre y sed; todos los seres, incluidos los mohanes, que se divertían en sus corrientes serán tragados por la confusión y la desazón. Defender las aguas es defenderlas de la racionalidad destructiva y del sistema-mundo capitalista que es su epitome y que, en su movimiento “maquínico”, homogeniza los paisajes, desdeña las culturas, demuele los territorios y afianza la acumulación infeliz de riquezas en manos de pocos. Defender los territorios se ha convertido en el corazón de la política en los pueblos del Sur-Global. No se defiende el agua si no se defienden los territorios. Ese es el sentido actual de la defensa de los territorios.

Es claro que hay una lucha por los territorios, no solo en términos de la ocupación física del espacio que les constituye, sino de maneras múltiples y complejas. Los territorios como objeto de conquista de los poderes económico-burocráticos se ocupan discursiva y simbólicamente, se desocupan de sus habitantes para ocuparlos con relaciones sociales que producen formas históricas concretas de territorializaciones de los capitales y concomitantemente de vaciamiento de los dones que poseen. Desde los instrumentos de poder multilaterales burocráticos, políticos y financieros se producen políticas, reglas comerciales, proyectos y discursos que alientan la concepción de la naturaleza como deposito inagotable de materia y energía monetarizable, que servirían a los propósitos del desarrollo que están guiados por la racionalidad de la ganancia y la acumulación. Desde allí se liberalizan las normas de inversión para franquear las barreras de las exiguas soberanías de los estados y para debilitar los gobiernos y la gobernabilidad de los poderes locales y comunitarios. El caso de las reformas a la prestación de servicios de agua y la presunta regulación de los acueductos comunitarios son ejemplos, que en el caso colombiano no dejan lugar a dudas. Estas maneras de asumir la configuración y des-configuración de los territorios se acompasan de usos, de intensidades de uso, de efectos sobre las propiedades y características fisiográficas, físicas, químicas concretas de los espacios y paisajes que les constituyen.

Muchas de nuestras culturas ancestrales establecieron relaciones de respeto con la Madre Tierra, con la Pacha Mama en las culturas andinas y con Tonatzin entre los pueblos mayas. Estas relaciones están vivas, no son asuntos de museo, están latentes en lo más recóndito de los corazones de nuestros pueblos ancestrales y sin duda las luchas actuales han de ser para que esa potencia histórica sea la sabia que venga desde las raíces para la construcción de las sociedades sustentables, que es la tarea fundamental que nos hemos ofrecido. Desde esa perspectiva de amor por la Madre Tierra, por Tonatzin, desde esas ideas de fraternidad, desde esas relaciones filiales, quedan superadas las ideas de patrimonio que la economía normal ofrece y nos invitamos a adoptar las perspectivas de “Fratrimonio”, que significarían la conservación y el cultivo de relaciones frater, de relaciones filiales con el mundo que hacemos al habitar. Estas nuevas relaciones filiales nos disponen mancomunadamente a la defensa de los comunes, de lo que no pertenece a nadie y es de todos, de las soberanías de los pueblos y, por que no, en el transito hacia sociedades cosmogónicas que re-encantan el mundo y lo re-sacralizan. Defender el carácter de los estados nación como expresiones de soberanía frente a los poderes que usurpan la democracia y que se afianzan en proyecciones necrófilas, en relaciones “maquínica” de muerte y destrucción, en aparatos sociales-económico-militares que hacen una geografía, una nueva geología planetaria mísera, destruyendo la vida, es nuestro reto transitorio y así pugnamos porque se habite frugal y dignamente nuestra madre tierra.

Habitar es sin duda una manera o una pulsión que hace al territorio. La inversión para la explotación y el desarrollo de un espacio, podría decirse que es territorialización de capital para sustraer lo que el territorio es, para vaciarlo material y simbólicamente. El proceso de inversión-acumulación-desarrollo es, en este sentido, una poderosa máquina de vaciamiento y desterritorialización. Las necesidades y las formas de reproducción que se instalan bifurcando, o trifurcando el devenir histórico de los territorios, no queda duda, han de abolir la historia del lugar vaciado o desterritorializado. La territorialización del capital produce la muerte del territorio. La velocidad de vaciamiento es la productividad, la acción de lentificarlo es la gestión, la acción de “restaurarlo” es el nuevo negocio necrófilo del capital, que se reproduce gracias a la vida que somete y sucumbe.

Las construcciones jurídicas, legales y jurisprudenciales, con las que muchos amigos y amigas tienen tanta simpatía, suelen ser formas, y no se permite que lo sean de otra manera, para garantizar estructuralmente la apropiación de la naturaleza, del “patrimonio”, expresiones de poderes dominantes que se instauran en los circuitos institucionales y que en las temporalidades no inmediatistas, muestran que son funcionales a la acumulación de capital y a sus motivaciones. Estos instrumentos jurídicos expresan cautamente en forma de derechos lo que de no lograrlo se impondría a sangre y fuego: los intereses y motivaciones de las clases dominantes, de los sectores con poderes burocráticos-económicos, de las trasnacionales, de la racionalidad capitalista: el nomos puesto al servicio de la crematística. Los derechos a veces son para conculcar derechos. Derechos sin democracia sustantiva, son simples procedimientos para asegurar las asimetrías, las iniquidades; quedan los derechos así constituidos en formas trascendentales de justicia que enmascaran las formas materiales de injusticia.
Mientras la reproducción de la racionalidad y del capital se garantizan mediante la destrucción-reconstrucción, siempre a expensas de la energía libre disponible y de los materiales cada vez más escasos, miles de millones de gentes realizan actividades supra-económicas, que no son monetarizables y que permiten garantizar sus vidas, la de los ecosistemas y la de los propios paisajes que configuran. En tanto las desterritorializaciones se producen en el marco de ordenamientos jurídicos y como consecuencia de los procesos de distribución-concentración de derechos, de servicios, de capital, de conocimiento, de tecnologías. Así por ejemplo, si las directrices legales de la Unión Europea señalan que Europa debe reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, los países y las empresas construyen los mecanismos comerciales y de mercado, también legales y en derecho, para que ello se haga sin costos locales y sin pérdida de competitividad en los mercados internacionales, localizando proyectos energéticos, agroenergéticos, forestales e industriales fuera de sus fronteras, en los países colonizados del Sur-Global. Estas instalaciones tecno-eco-coloniales se hacen a costa de la estabilidad y la resiliencia de los ecosistemas, de la destrucción de valores culturales ancestrales y adaptativos, de la trasformación desequilibrada y patológica de colectividades humanas concretas (que pueden referirse como casos específicos que no se mencionarán acá). Se hacen tales emprendimientos superponiendo sus demandas de agua, de nutrientes, de trabajo humano a aquellas que se requerirían para una verdadera sustentabilidad entre esas sociedades y su entorno material.

El Estado-Nación que define el ámbito territorial, unos limites internos y por tanto unas fronteras se vuelve, en manos de las elites, una herramienta para su propia desterritorialización. Su auto-vaciamiento se da en el marco de relaciones internacionales subyugadas por los grandes capitales corporativos, que hacen de los estados simples herramientas para legitimar el vaciamiento. Funcionarios y tecnócratas corporativos e institucionales trenzan sus intereses y ambiciones para provocar las acciones que tienen hoy las desastrosas consecuencias para las condiciones de vida, lo que ya no hay duda en calificas como crisis civilizatoria.

El mundo del derecho es limitado para una democracia radical, sustantiva. Un derecho en el marco de la conculcación de los demás derechos, sin distribución económica ni ecológica, sin reconocimiento de las condiciones y potencialidades de las diferencias de etnia-raza, género, edad, etc. es una ilusión. Lo universal es el capitalismo, el destierro, los no derechos. ¿No resulta pues urgente instaurar un Nuevo Derecho?
Hemos de entender pues que si estamos hablando del derecho al agua, estamos hablando de las aguas que son geología, que son ciclos vitales, que son usos múltiples y eternas, que son tradición, que son sanación, que somos nosotros, que son inspiración, que son ecosistemas, que son el medio de los peses, que son las que sostienen el equilibrio climático, etc. y quizá más que de un derecho estaríamos hablando del territorio y del conjunto de nuestra existencia. Quizá de ahí deriva el Nuevo Derecho, el derecho a unas nuevas formas sustentables y complejas de habitar y de territorializarnos. No digo no hablar del agua como derecho, sino hablar de las aguas, del estado de las cosas y sus condiciones, de los nuevos paisajes hídricos, de los territorios y sus aguas rituales, espirituales y fluyentes y aposentadas -que es distinto de estancadas-, de las aguas que dejan ver a los seres humanos cuando recobran sus cursos, cuando inundan las ciudades, cunado deslavan las montañas, que nos dejan ver, repito, que no todo nos está permitido. El agua se encuentra allí en el plano secante que producen los movimientos de destrrritorializaciones y reterritorializaciones, que siempre han existido, que son el vaivén de las complejas relaciones entre cultura que es naturaleza y naturaleza que es cultura, pero que en el capitalismo adquieren connotaciones desastrosas. Vivir por fuera de estas relaciones, con arrogancia, vivir por encima de las posibilidades de resiliencia de las relaciones sociedad-naturaleza es el consumismo, es el hartazgo y es la violencia que la racionalidad capitalista incentiva. Vivir así es sólo posible mediante la privación de otros seres, presentes y ausentes, y ello solo es posible a su vez mediante el uso de la fuerza, de la violencia de las armas y del engaño. Las respuestas a las preguntas de ¿quién impone a quien las formas de uso del agua? ¿quién a quién las tecnologías, la distribución, la asignación de precio, las reglas de comercio? ¿cómo es ello posible?, son respuestas que no pueden eludir la referencia al poder, al dominio y la usurpación de saberes y tecnologías, al control de las grandes fuerzas militares destructivas, disuasivas e impositivas.

Las luchas por las aguas no pueden ser otras que las luchas por la defensa de los territorios frente a su vaciamiento. Y no es y no puede ser que esa defensa se logre realmente desde un curubito burocrático. Ella es solo posible en la construcción de nuevos tejidos de mundo en los territorios, en la construcción de nuevas subjetividades que se sustraigan de la envidia, del odio, del egoísmo, y apelen al amor, al filium, al amor y respeto a la Pacha, a Tonatzin. Nuevas y renovadas colectividades humanas que afiancen su identidad y su sentido trasformador en la adopción de formas de vida frugales y solidarias. Es en la construcción de “pueblo”, en la construcción de fuerzas de vida ante la muerte “maquínica” del capital, es en la construcción de una actitud de cuidado del otro y no es su sometimiento y servidumbre, es en la tolerancia, en la aceptación de la enmienda y no en la arrogancia del poder o de la ilusión del poder donde se puede resistir y trasformar la vergüenza histórica en altivez y conciencia de que somos y podemos ser un mundo justo y sustentable.

Las aguas se instalan en nuestro eutopía como reterritorializaciones, como lucha contra las utopías autoritarias, como construcción de fuerzas libertarias materiales y espirituales, en revoluciones culturales y económicas complejas pequeñas-grandes, pero que se hacen con constancia, durante toda la vida pues, como alguien decía, la revolución no es solo lo que se hace sino el entusiasmo con el que se hace. Las aguas están ahí moviéndonos hacia la construcción del Pensamiento y del Territorio descolonizados del Sur.